Los chismes del Presidente


Cuando habla el Presidente, me "habilito" frente al televisor por el tiempo necesario y me concentro en sus palabras. A media jornada del esfuerzo empiezo a sentir una desesperación suprema que casi me obliga a cambiar de canal. Sin embargo, no flaqueo en mi empeño de escuchar la perorata hasta el final. El hombre se dispara su discurso y yo me quedo ahí sentada, como si no tuviera otra cosa qué hacer en la vida, esperando... ¿Qué es lo que espero?

Un discurso coherente, objetivo, sustancioso. Espero que señale lacónicamente cuáles son las soluciones a los problemas, cuántos son los recursos, qué personas o instituciones los llevarán a cabo, cuándo empezarán a trabajar. Espero que me diga que los dinosaurios se retirarán dignamente y para siempre a sus cuevas, que los soldaditos de plomo no invadirán el país con sus fusiles, que los constituyentes no avasallarán la democracia, que la nueva Constitución no será una mala copia de la Constitución cubana, que esta recesión cesará inmediatamente y, también, que traduzca la expresión "economía humanística".

Pero, qué va. El alpinista del verbo escala, peldaño a peldaño, por enésima vez, la inmensa montaña de problemas que todos conocemos, pisa sobre sus propias huellas, recorre incansable su viacrucis revolucionario, insiste en su vocación democrática, nos cuenta que habráse visto en qué país se veta al Presidente, que dicen por ahí las malas lenguas que anda de aprendiz de dictador, que la Corte no lo quiere y él no quiere a la Corte, ni al Congreso, que la Asamblea Nacional Constituyente es más que la Constitución, que la prensa extranjera lo maltrata y lo malinterpreta, etc., etc. (A estas alturas del discurso, estoy al borde).

A medio camino, el hombre se detiene en el despeñadero por donde ha lanzado el pesado saco roto de los cuarenta años: allá están los corruptos, despedazados contra las rocas. De una frágil rama cuelga, milagrosamente, un puñado de diputados. "¿Cortamos la ramita o los dejamos colgados hasta que caigan por su propio peso?" (Ahora me río, porque más que un chisme, esto es una película de Cantinflas, con el perdón de Cantinflas).

Y cuando creo que el palo de agua arreciará sobre la montaña y el viento revolucionario desprenderá la ramita, el Presidente se convierte en Superman, salva a los indefensos diputados y hasta los lleva a su propia carpa, para que pernocten en sana y armoniosa paz con los demás constituyentes.

Dos horas diarias -promedio- se van en este comadreo que no me deja ni siquiera una idea aproximada de lo que piensa el disertador, pese a la profusión de su discurso. Concluyo que sus homilías son un desahogo de emociones. Erguido frente a la cámara, se debate públicamente entre el dolor y la gloria, yuxtapone sin reparo su animosidad y su indulgencia, comparte con nosotros su lucha interior entre lo que le provoca hacer -pero dice que no quiere- y lo que debe hacer -pero cuya ejecución condiciona-.

El hombre se despide. Yo cambio de canal. Al día siguiente, en la pastelería, quienes concurrimos a tomar el café de la mañana nos preguntamos: "Y por fin, ¿esto se soluciona o no? ¿Qué fue lo que quiso decir el Presidente?"

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