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I Nos está consumiendo tan grande incertidumbre. Esto de jugar con los mismos discursos asumiendo posturas incómodas, ponderando razones que no bastan, postergando el presente hasta quién sabe cuándo, es un salto atrás contra el mañana condenado por un muro que crece cada día unos cuantos metros por encima de la magra esperanza. II Amanece como si no hubiera anochecido. Escribimos la Historia en un libro con notas al margen e infames enmendaduras. III La muerte es un ángel que vuela al acecho y cierne su sombra sobre nuestra sombra, esquizofrénica, sedienta de sangre, burlando cautelas, masacrando el mínimo cuidado. IV La mitad del pueblo se enardece con un lema luctuoso, se idiotiza con una perorata que perfora su cerebro, su estómago, su espíritu. La otra mitad, pasmados de asombro, revueltos de ira, jodidos de miedo, nos quedamos inmóviles en la raya amarilla, en la punta del rolo, frente al cañón de un arma, dentro de esa boca que es una inmunda cloaca y a diario nos devora. No pasa nada, hermano, amigo, compatriota. No nos dejan pasar, pero eso es todo. No vamos ni venimos, sólo permanecemos. Otros son los que hacen y deshacen. No peleamos bastante, no luchamos sin pausa. Entonces, no vencemos. Nos cercan, nos emboscan, nos asfixian, nos hieren a pedradas, nos revientan a tiros, nos callan cada día un poco más con un bozal de arepa o con una mordaza. ... hasta que el silencio sea lo único que suene en lo recóndito del arrepentimiento, en la hondura de la vergüenza –que no salva–, en el reducto del libre pensamiento sin puertas, ni ventanas. V Arbitrario es ahora una palabra aguda, surrealista acepción de democracia, sinónimo de justicia y ley, antónimo de bruto y caprichoso, topónimo de patria. Arbitrariamente es el modo perfecto de ajusticiar en nombre de grandes ideales. Arbitrista es un iluminado con planes estrambóticos y una alcancía inagotable. VI ¿Permitiremos que nos roben el sudor, que confisquen nuestro pan de cada día, que clausuren el futuro? ¿Desalojaremos todos los espacios para cederles casas, plazas, teatros, oficinas, iglesias, hospitales, burdeles, mercados, aulas, cementerios, bibliotecas, museos, raíces, convicciones, sentimientos? ¿Dejaremos que hagan de nosotros meros espectadores? ¿Tendremos que arriar las banderas, plegar las pancartas, correr asustados lejos de sus piedras y sus balas? ¿Nos echaremos a un lado del camino para que ellos transiten a sus anchas? ¿Nos encerraremos en la casa hasta que derriben las puertas a patadas? ¿Tendremos que escondernos, o cambiar de acera, o hacernos los muertos para que no nos toquen? Podemos callar hasta quedarnos sordos. Podemos no mirar hasta quedarnos ciegos. Ciertos pinceles despintan el coraje. Hay cuchillos que degüellan el grito y manos que se agitan como las alas de un ave y voces que se rompen como si las mordieran, y cosas increíbles que suceden, justo a nuestro lado, en frente, alrededor, un día y otro día... Hay un tono costumbrista en el desastre. VII De vez en cuando es buena la miseria, el dolor que sacude nuestro ego, la tristeza que asoma en el bis de una canción o en el ángulo de una fotografía. También la duda. ¡Claro! La duda es una musa inspiradora de acciones impensables. Con frecuencia, la soledad desnuda los pudores del miedo y distrae al centinela de los puentes indestructibles bajo miles de pisadas. ¡Si los peces contaran lo que han visto! Los fantasmas que habitan en almohadas insomnes, en la mala memoria de los que nunca saben, y hasta en la partitura de un himno que se canta con la boca cerrada, amanecen colgados de postes y balcones, ahorcados con un grito que revienta en el alma y nos deja sin nada, ni soledad, ni miedo, ni tristeza, ni silencio, ni pluma, ni cuaderno, ni verso que conmueve, ni música que alivia, ni luna que contempla la miserable estampa de náufragos y ausencias. VIII Puede ser una forma de fuga inconveniente regresar al lugar que tiene una fracción de nuestra historia, quizá con la intención de redimir, un tanto tontamente, algo que otros ni siquiera recuerdan o prefieren guardar en el olvido: una mirada ingenua, una sonrisa deliberadamente sugestiva, un brindis al margen de las ideologías, un acuerdo de honor, un roce de rodillas debajo de la mesa... Estas personas no saben de qué hablo. Ninguna estaba aquí cuando estuvimos. Ninguna llegó a mirar a aquel niño jugando en esta fuente, ni al anciano que contemplaba el mundo con sus gafas de ciego, y se reía (y uno hubiese pagado por mirar un instante a través de sus ojos). Puede ser una forma de soñar y hasta de reconciliarse con la vida volver a los lugares que han cambiado de nombres y de gentes, sólo porque conservan trazos de un país que se dibujaba a mano alzada y sabía pintarse de colores y se embriagaba hasta el amanecer y se escribía a sí mismo con un puño cerrado dejando el corazón a la intemperie. Ardía de fuego nuestra mirada en trozos de cartón, en servilletas, en pétalos de rosa, en pentagramas, en fin, en páginas que entonces ni el puño más enfurecido habrían golpeado, ni el más voraz incendio habría sido capaz de destruir. ¡Qué lástima que algunos no entiendan de qué escribo! IX En algún momento se nos desajustaron las tuercas que apretaban la fuerza al corazón, el sueño a la esperanza, el honor al orgullo, la fe a la razón. Ahora andamos sueltos y extraviados, sin brújula y sin rumbo, a la deriva en esta marejada, naufragando, naufragando... X Me pregunto qué vendrá después. De lo que quedará, ¿quedará algo? Me refiero a eso intangible y volátil que vive en nuestros genes y nos delinea en medio del paisaje, ese algo que se expresa y se mueve al compás de los cueros y las palmas, cuya risa es una fortaleza de dientes muy blancos donde se muerde y despelleja a la desgracia. Me refiero a ese algo que palpita en la íntima identidad del ser que fuimos, tan puro y tan mestizo, tan salsa ketchup heinz con espaguetis, tan mango con pimienta en el recreo de las elucubraciones, ese algo desmedido que se crece en la euforia y se agota en el rito, tan multitudinario y callejero, tan hecho de verdades y mentiras… Si algo quedara intacto, entonces... XI Qué clase de hombre es el que se llevan a la cárcel y soporta su encierro sin bajar la cabeza, firme frente a la arbitrariedad, digno a pesar del riesgo y la injusticia, estoico en la soledad y en el dolor. Qué clase de hombre es el que sostiene la mirada y no pierde la sonrisa, y no cede a la tortura, y no vende su conciencia ni por miedo, ni por un falso perdón.
© 2009 Liliana Fasciani M.
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