El poder de los sentidos


¿Cómo pueden entrar en nuestro subconsciente, a través de los sentidos, tantas cosas? Desde un grano de polvo, la fisonomía de millones de seres humanos, las fragancias, el olor de los cuerpos, la textura de los seres vivos, las voces, la música, los ruidos, el sabor de cuanto nos alimenta y, también, de otros labios, la más minúscula porción de lo infinito..., para alojarse en los aposentos de la memoria en forma de vivencias y recuerdos.

Sin embargo, habituados a ver, a tocar, a oler, a oír, a saborear, dejamos de percibir conscientemente lo que hay a nuestro alrededor, sin apenas percatarnos del poder que sobre todas las cosas nos confieren los sentidos. Dejamos de contemplar la belleza, porque nos perturba la fealdad; dejamos de maravillarnos de nuestras creaturas, porque colapsamos ante la destrucción; dejamos de admirar la magia sencilla y portentosa que producimos en nuestra cotidianidad, porque pensamos que lo mejor y lo más bello ocurre o está en otros lugares distintos del espacio que ocupamos.

Todo tiene un envés y un revés: amor-odio; paz-guerra; bondad-maldad; dulce-amargo; alegría-tristeza; riqueza-pobreza... Nada es de una única manera que no sea también, al mismo tiempo, de otra manera distinta. En esto consiste la versatilidad del mundo. Esto es lo que somos, porque es esto lo que percibimos, desde el encuentro con nuestra propia imagen cada mañana frente al espejo hasta las continuas e inevitables sensaciones de los seres y las cosas que hallamos a nuestro paso cada día.

El descubrimiento del mundo que habitamos es un ejercicio rutinario que merece nuestra máxima atención.

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