Scherzo en re menor


He olvidado mi nombre.
No es para menos, después de una centuria. Antes sabía bien quien era. Ahora la memoria no me alcanza.
Tu nombre, en cambio, lo he llevado en mis labios por un siglo. Sus letras componen todas mis palabras. Tu nombre. Y el vals Nº 11 de Chopin.
 _ Tócalo de nuevo, Federico –. Y el pianista acaricia las teclas con sus dedos de ángel.

He venido a encontrarme contigo en la fisura incierta entre el cielo y la tierra. Busco el último invierno en este ancestral bosque de pioneros. He vuelto para fugarnos juntos de ese sendero angosto poblado por el humo de las sombras, inútilmente iluminado por las farolas que cada tarde, desde hace cien años, enciende el mismo farolero.
 _ ¿Recuerdas a Lou? El viejo Lou con su vieja boina cayéndole sobre los párpados.
 _ Así no tengo que verle la cara a la tristeza – murmura mientras se empina en las puntas de sus botas, levantando la varilla para prender la siguiente mecha.
Trémula y tímida parpadea la llama detrás de los cristales. Diminutos copos blancos crecen en los tejados, sucumben contra las piedras, reposan sobre los hombros de las estatuas. El viento es un rugido de guerreros celtas.
Estamos en el ojo del viento cuando el Trovador asoma por una pestaña. Finjo que lo ignoro. El finge que se va, desengastando el tiempo. Entonces me llevas a grupa de caballo hacia los eucaliptos. Brujas con sombreros rojos y largas capas verdes nos observan desde la plana ebullición de sus brebajes dentro de un caldero enorme. Pero son brujas buenas y nos dejan pasar porque saben hacia donde vamos.
Nuestros pasos horadan la nieve. Encandilada por la blanca escarcha, camino a un paso de ti, insertando en tus huellas las mías. Aún somos capaces de formular una ecuación exacta: dos en dos es uno y uno entrecruzados, fundidos, compenetrados.
Esta cabaña es el hogar que hicimos. Y todo permanece intacto. Hay todavía un poco de leña de la última vez. El hacha, afilada y certera, obedeció a tus manos para cortar un pino con el que nunca te reconciliaste. Un desmesurado muñón con más de cien anillos es todo su epitafio.
En el techo están marcadas las palmas de tus manos. Las paredes destilan tu sudor. Un colibrí nos vigila desde la baranda. Y sobre el edredón, cerca de tus lápices y tu pañuelo azul, están mis lágrimas.
Es casi medianoche. Cero grados afuera. Más de cuarenta grados entre tú y yo cuando te inclinas frente a la chimenea con la paciencia del placer premeditado. En el resplandor de esta noche blanca, los árboles parecen esbeltas esculturas con decenas de brazos raquíticos desnudos, suplicando a la luna una caricia. Nos impregna el rancio aroma de la madera ardiendo. Tu mirada me atraviesa. Me roza dulcemente tu sonrisa. Una copa de vino abre el preludio a un sueño desvelado.
Apoyado en la columna te presiento curioso, decidido, anticipando un clandestino triunfo. Lo sabes sin que te lo diga: he vuelto sólo para que tú regreses como el héroe que eres, el soldado con una flor al hombro, el pintor de mis amaneceres, el poeta que construye verso a beso una historia en puntos suspensivos.
Te dan vida mis latidos. Me sostiene tu promesa. Hemos regresado juntos de la feroz batalla contra la muerte. Tú has vencido a la distancia, pero yo he vencido al tiempo.
Cálido el abrazo y solidario, dejo que me envuelvas, dejas que te abrigue. Más que suficiente para dos cuerpos recién descongelados, arrancados de las garras del dolor, defenestrados del mínimo placer. Ahora deberíamos contarnos todo lo que sabemos del silencio.

 _ ¿Lo recuerdas? Aquel día se pasó la noche hablando solo. Crepitaba en el fuego, como ahora, cuando das por fin el primer paso, tal como hace un siglo, y me conduces suavemente de la mano.
Nos hundimos en el aterciopelado abismo de cojines lanudos, delirando en la fiebre que nos quema por dentro, inquietos por el misterioso destino de una fusa extraviada y por el leve resfriado de una corchea.
 _ Tócalo de nuevo, Federico –. Y el pianista interpreta un scherzo de la memoria en re menor.
Bailamos juntos la nostalgia, tú y yo.
En el más expresivo silencio nos contamos lo que nunca ha sucedido durante tantos años y nos reímos con una sola boca. ¡Somos tan suficientes el uno para el otro!
 _ No necesito conocerte más de lo que te conozco.
 _ No requieres explorar dentro de mí.
 _ Tú sé nada más lo que me brindas.
 _ No quiero ser más de lo que ya te soy.
Sellamos nuestras confesiones con un beso y concluimos que este amor es todo lo que existe para ambos.
Acaricias mi mano haciendo pleitesía a la ternura. Te rindes. Me cautivas. Te entregas. Me rindo. No cabe duda, elaboramos la ecuación perfecta: uno y uno es uno en uno solo. Nos recompensan fuegos artificiales antes de que penetre el silencio.
 _ ¿Cuál silencio, si tu voz le da sonido a mi palabra?
Nadie sabe tanto de magia y fantasía hasta que el colibrí se mece en la baranda para anunciar que el Trovador está en la puerta, desengastando el tiempo.
 _ Viene por ti…
 _ Sí, pero el tiempo no existe. No lo olvides.
Renovamos la promesa y cerramos los ojos para no tener que dejar de mirarnos.

 _ Toca ese vals de nuevo, Federico –. Entonces no olvido, porque toca sólo para mí.

Este relato obtuvo un Accésit en el I Certamen de e-relatos "La Cerilla Mágica", convocado por Publicatuslibros.com y patrocinado por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, España,  en 2006. 

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