Los ciegos


Me estoy volviendo ciega.
Es un proceso lento y prolongado, doloroso y perverso. ¡Tú, qué sabes! Estás arrellanado en el sillón más mullido de la sala, pendiente de lo que escribo, intentando penetrarme con el cuchillo de tu curiosidad. ¿Crees que voy a dejarte? Apuesta y pierde, lector de medianoche. Me estoy volviendo ciega en tus narices y no sabes que vengo de la última página, esa en la que el viento atraviesa mis pestañas y me arranca una por una las miradas. Desde entonces, nada veo. Quizá es una suerte, porque me ahorro el sufrimiento de los otros, las lágrimas ajenas, el ceño de quienes caminan aplastando latas, así no tengo que ver cuerpos desnutridos, ni manos extendidas esperando una limosna del sobrante, mocos infantiles, basura desparramada, cadáveres asoleándose en el medio de la calle.

Tú, en cambio, sigues con tu vista 20/20 las noticias, soportando las imágenes de explosiones y guerras ¡Ah! No basta con cerrar los párpados para escapar de lo que ven tus ojos y de los ojos que te ven, esa realidad incomprensible, absurda, demencial, que te persigue desde que despiertas hasta que el insomnio te marea. Estás equivocado, lector contemplativo, pretendiendo dibujar en tu mente una barrera amarilla, viajando en el metro o en el bus con la cabeza incrustada en un libro para impedir que tus vecinos se acerquen, te hagan preguntas, o te comenten lo claro o lo nublado de este día. Te harías un favor al deshacerte del miedo. Mejor te vas al cine, o al teatro, o a un concierto de música sacra. Sería preferible que entraras en una casa de putas para comparar tus habilidades, o que te fueras a una galería para dilucidar quién pintaba peor, si el promiscuo Gauguin o el mocho Van Gogh. ¡Eres un necio! Insistes en seguir leyendo. Tendrás que soportar mi mala leche y mis obscenidades y mis aburridísimas disertaciones. Te expones sin remedio a mis desproporcionadas agresiones. No por mala persona, ni porque estoy indignada con el mundo, sino porque me estoy volviendo ciega. Algo que no se arregla como si fuese una ventana rota o un aparato descompuesto. Y mientras me leas, voy a valerme de ti, a abusar de tu disposición, a pagarla contigo. Porque me da la gana. Porque estás más ciego que un ciego de verdad, viéndolo todo sin entender nada, dándotelas de sobreviviente. Te saldrán raíces en el culo y serás un árbol ambulante, los perros se mearán en tus zapatos y cuando te des cuenta, estarás podrido y seco, de bruces sobre la desgracia. ¿Qué no te pasará? ¡Dices tú! Pero hace rato que te está pasando.

La brutalidad de esta vida no puede mirarse de frente sin alguna consecuencia. ¿No me crees? También tú te quedarás ciego y quizás ni te enteres.

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