Buenas noticias

Cierto funcionario del gobierno se quejó recientemente de las malas noticias que transmiten los medios de comunicación. Tiene razón el sujeto de que el predicado sea tan inconveniente. Sobre todo cuando la cotidianidad podría mostrarse de un modo distinto. Lo mediáticamente correcto sería informar de lo que algunos no vemos:

Vivimos como hermanos en un país rico donde todo funciona perfectamente.

Nuestro sistema de salud, del cual nos beneficiamos todos por igual, es gratuito y expedito, cuenta con los equipos más modernos y el personal está bien remunerado.

Nuestro sistema educativo es la envidia del continente. Los planteles son excelentes, los docentes ganan tremendos salarios, disponen de programas de mejoramiento y enseñan según los más avanzados métodos pedagógicos. Los estudiantes tienen acceso a sendas bibliotecas, múltiples facilidades de estudio, y se destacan por su aplicación y conocimientos.

Nuestro sistema de transporte es de los más seguros, eficientes y confortables del mundo. Preferimos circular por la ciudad en autobús y en metro debido a lo económico del pasaje y a la rapidez del servicio, por eso nuestras calles y avenidas se mantienen despejadas. Nos ufanamos de nuestras carreteras y autopistas, completamente asfaltadas y señalizadas, con el peralte adecuado, sin obstáculos en la vía y con radares de detección de velocidad en todas partes, lo que reduce al mínimo los accidentes de tránsito. Además, nuestro parque automotor, lleno de vehículos nuevos y no contaminantes, está en manos de conductores conscientes y respetuosos de las leyes.

En ninguna parte se ven indigentes, ni recogelatas, ni locos, ni drogadictos, tampoco ancianos ni niños abandonados pidiendo limosna o haciendo malabarismos en los semáforos. Los ciudadanos con problemas mentales y adictivos son atendidos en centros especiales, las personas mayores perciben una buena pensión, y los niños sin familia viven rodeados de amor en hogares bonitos, van a la escuela y reciben semanalmente una mesada para sus chucherías.

Nuestra economía va viento en popa y el índice de desempleo está en cero porque sobran puestos de trabajo. El petróleo, derramado en nuestros bolsillos, nos permite comprar toda clase de productos y llenar hasta el tope los carritos de mercado. El Estado genera empleos, promueve la iniciativa privada y anima las inversiones nacionales y trasnacionales que dinamizan exitosamente el crecimiento económico del país, situado entre los primeros lugares a nivel planetario.

La agricultura y la ganadería son actividades muy desarrolladas en inmejorables condiciones, con recursos tecnológicos modernos y gran seguridad. El sueño de todo venezolano es vivir en una casita en la ribera de un río, criando gallinas y cultivando hermosos huertos. Además de autoabastecernos de todo lo necesario, exportamos nuestros productos comercialmente y, de paso, hacemos caridad en el exterior.

No hay un solo venezolano sin techo en todo el país, ni en la economía informal, y mucho menos ejerciendo la prostitución. Todos disfrutamos de un buen nivel adquisitivo, pues la pobreza ha sido radicalmente erradicada.

Nuestras cárceles son pocas y están casi vacías, porque dado que la mayoría estudia y trabaja, son una rareza los malandros, ladrones, atracadores, sicarios, secuestradores y asesinos. Por eso nuestras casas no tienen rejas, ni nuestros carros sistemas de alarma. Nuestra única causa de muerte es la que nos depara el destino. Venezuela es un país libre de violencia, porque todos sabemos que el crimen no (se) paga.

Nuestro mayor orgullo es la inteligencia, sensibilidad social y vocación de servicio que caracteriza a nuestros gobernantes. Nos felicitamos cada mañana frente al espejo, mientras cepillamos nuestra sonrisa, por haber elegido con incuestionable acierto a quienes con tan buen pulso dirigen el timón de la nave patriótica.

Somos afortunados de que nuestros diputados vivan consagrados a su función para darnos las mejores leyes; de contar con un poder judicial eficiente e impoluto; de confiar plenamente en la imparcialidad y transparencia del órgano electoral; y, sobre todo, de venerar y seguir ciegamente al supremo jefe del Estado hasta donde nos lleven sus pasos.

¡Ah! Pero los periodistas solamente informan de feos delitos y asustan al pueblo con imágenes de desabastecimiento, nada más que para desestabilizar al gobierno, que luego no sabe cómo convencer a la gente de que no es verdad lo que aparece en los medios, cuando la verdad es que en Venezuela sólo debería de haber buenas noticias.

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