La propaganda: instrumento de violencia

Desde hace tres semanas, una patrulla del PSUV se instaló en la Plaza Francia de Altamira para desplegar su propaganda a favor de la enmienda constitucional. A partir de entonces, al ruido cotidiano y pasajero de las bocinas de los carros, las coceteleras policiales, las campanillas de los bomberos y las sirenas de las ambulancias, se ha sumado una serie musical proselitista “permanente”, en el sentido más literal de la expresión. Pero, además de permanente, “contaminante”, también en sentido literal. No precisamente por su efecto sugestivo, sino por su fuerza sonora, por el volumen exagerado de sus decibeles.

Mientras escribo este artículo –cuando son las 11:00 de la mañana del domingo–, el single “¡Uh, Ah, la enmienda sí va!” suena tan estruendosamente que percibo los bajos debajo de mis pies, como si las cornetas estuviesen en la sala de mi casa y no en la acera de la plaza. Simultáneamente, a escasos metros del camión-consola, un grupo de percusionistas con franelas rojas toca tambores. Y al mismísimo tiempo, en el Centro Cultural La Estancia, otro grupo musical está tocando boleros.

Salvo por el evento en La Estancia, que forma parte de sus actividades de fines de semana, la parranda propagandística en la Plaza Francia se repite de lunes a viernes, sin excepción, desde el mediodía hasta el atardecer, y los sábados y domingos desde las nueve de la mañana. Las mismas canciones, que no son más de cinco, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, incesantemente, a toda mecha, y las mismas coplas llaneras en la voz de Chávez, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, ad infinitum.

Inútiles han sido las llamadas al 171, a Protección Civil, a la Alcaldía de Chacao. Se excusan aduciendo que no pueden hacer nada, que han llamado la atención a los propagandistas y estos simplemente les ignoran. Inútil ha sido el intento de varios vecinos de persuadir a los militantes del PSUV apostados en la acera de bajar el volumen, de considerar que alrededor de la Plaza Francia viven cientos de familias, personas mayores, niños recién nacidos, niños, adolescentes y jóvenes que deben hacer tareas y estudiar, adultos que trabajan y necesitan concentrarse en lo que hacen. Inútil ha sido tratar de hacerles entender que no nos molesta que repartan panfletos y muestren sus pancartas frente a los semáforos, que lo único que nos resulta insoportable es la contaminación sonora. Ellos se ríen descaradamente y responden que la calle es libre, que tienen permiso del CNE, que están en su derecho de hacer propaganda y que esos son sus medios.

El ruido es también un instrumento de violencia cuando el ejercicio del derecho a hacer propaganda –sea política, comercial o religiosa– viola el derecho de los demás a no verse afectado por aquella, especialmente dentro de su propia casa. Es un problema de salud mental, espiritual y, por supuesto, social. Es un problema de uso y abuso de los derechos. ¿Lo hacen adrede? ¿Pretenden exacerbar los ánimos? ¿Esperan que alguien pierda la paciencia? ¿Les divierte molestar a los vecinos de Altamira? ¿Sus orgasmos ideológicos son más placenteros en este sector que en cualquier otro?
Con esa actitud intransigente e incivilizada de deliberada desconsideración hacia el prójimo, con esa conducta de hostigamiento a través del estrépito ensordecedor de su propaganda, es seguro que ganen el aplauso de su jefe, pero es más que dudoso que obtengan los votos de este municipio.

8 de febrero de 2009

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