Venezuela está enferma

Es una expresión muy triste, y me tomó tiempo la duda acerca de si convenía o no al ánimo nacional y a la imagen internacional decir algo tan duro y doloroso como esto. Pero, ¿cómo ocultarlo o disimularlo? Es evidente que nuestra sociedad, sí, la sociedad venezolana, a la que nosotros pertenecemos, está gravemente enferma por causas diversas.

El mayor mal que padecemos es una seria y progresiva infección moral para la que, al menos hasta ahora, no hemos hallado un antibiótico efectivo. Un tumor muy poderoso ha debilitado nuestra inmunidad y alterado nuestros valores, logrando que degenere en cáncer lo que era una simple gripe ideológica. Su influencia contamina todo a nuestro alrededor y también a cada uno de nosotros.

La criminalidad, la corrupción, la impunidad, la mentira, la injuria y la indiferencia son algunos de los peores síntomas que aparecen reflejados en la radiografía de nuestro cuerpo social. Estos hallazgos no deben ser considerados mera consecuencia del proceso evolutivo de las sociedades modernas, sino auténticas patologías, producidas deliberadamente por agentes ético-cancerígenos, que son parte de un proyecto político determinado, y cuyas primeras fases contemplan la desmoralización, por un lado, y el relativismo moral, por el otro.

La conducta -insisto siempre en esto- del director de ese proyecto y, por ende, de sus colaboradores, es el factor condicionante del comportamiento general, por la vía del aprendizaje consciente o de la imitación irracional. De esta manera se empiezan a considerar normales situaciones harto irregulares, como que el Presidente de la República se exprese con un lenguaje soez para injuriar a propios y extraños, que el Ministro de Interior y Justicia reconozca públicamente y hasta con orgullo sus estrechas relaciones con grupos terroristas, que se alteren con la misma facilidad las cifras oficiales de criminalidad y las relativas a la producción de alimentos, que los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia emitan decisiones contrarias al Derecho, por sólo mencionar algunos ejemplos.

La enfermedad que padecemos se manifiesta de muchas maneras -egoísmo, miedo, apatía, aprovechamiento, oportunismo, violencia, depresión-, pero en todos los casos hay un síntoma común: una tos desesperada que sacude nuestro espíritu, alertándonos acerca de un desenlace fatal, ya sea individual o colectivo. Hemos desarrollado con el tiempo -y una década es mucho tiempo- cierta capacidad de resistencia. Y aunque, gracias a Dios, no hemos entrado todavía en la fase de metástasis social, si no asumimos decididamente nuestra voluntad de sobrevivir a este cáncer y vencerlo, será cada vez más difícil devolverle la salud a nuestra sociedad.

Los problemas sociales son, también, problemas mentales y emocionales. Nuestra mente no parece estar funcionando con la sensatez y la coherencia necesarias para tomar las decisiones que requieren las actuales circunstancias. La emoción, de donde fluyen el miedo y la temeridad, es mala consejera de la razón. De ella surgen los sentimientos nobles y los viles. Sin embargo, la conciencia cívica es pareja ideal del sentimiento patriótico, no así del fanatismo nacionalista. Si nosotros, como ciudadanos y como sociedad, somos capaces de entender que, en este momento, el bienestar del país depende de nuestra conciencia cívica y de nuestro sentimiento patriótico, recuperando nuestros valores éticos, protegiendo nuestras creencias históricas y reafirmando nuestra convicción democrática, podemos salvarnos y salvar a Venezuela del fratricidio y la autodestrucción.

20 de mayo de 2008

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