La miseria del populismo

Creía que Venezuela era el único país de América Latina con un alborotador en el rol de presidente, un montón de incompetentes en funciones de gobierno y un tirapiedras en la cancillería. Pero he comprobado que no estamos solos. Con iguales o parecidas credenciales, Bolivia hace rato que empató, Argentina nos pisa muy de cerca los talones, Ecuador y Nicaragua nos disputan ahora el primer lugar. Cuba es el modelo inspirador. ¿Con gobiernos de esa estirpe piensan nuestros pueblos salir de la miseria? Entonces, no saldremos.

La miseria es más que desempleo, hambre, analfabetismo, insalubridad y violencia. Es, también, falta de sentido común, escasez de criterio, falsas expectativas. Es, además, miseria de valores, de virtudes políticas, de ideales genuinos, de proyectos posibles. En fin, lo que mejor caracteriza a los peores gobiernos.

Elegir a un gobernante es una de las decisiones más difíciles, porque de ello depende que cambie, para bien o para mal, la vida del país y de sus ciudadanos. Si se vota con la mano en el estómago, con la bilis en un puño, o según los latidos del corazón, la elección se convierte en un tributo a la miseria, y ésta termina siendo la tumba de la democracia.
Sujetos como Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y los esposos Kirchner tienen en común el miserable hábito de vivir a costa de la miseria de sus pueblos. Llaman sabiduría a la ignorancia, justicia social al revanchismo, independencia al aislamiento, soberanía a la demagogia. Ninguno de estos gobernantes cree en la democracia, pero, salvo Fidel Castro que llegó al poder por las armas, los otros fueron electos, democráticamente, con los votos del hambre, del odio y del amor. El típico sufragio emocional de costosas consecuencias.

Estos mandatarios juegan con el poder según sean las lealtades y las disidencias. Se valen de su autoridad para otorgar premios y decretar castigos. La ley no es más que un instrumento usado a discreción para legitimar sus desafueros. Prima el personalismo, tanto en lo que ordenan como en lo que ofrecen. Para cualquiera de ellos, el pueblo es un rebaño que pasta en sus manos.

Cada cual ha resuelto aliarse con los otros bajo el pretexto de impulsar el socialismo. Recurren a Bolívar y a Martí, los libertadores "utility", para justificar sus arbitrariedades. Inventan reformas constitucionales con el fin de imponer sus caprichos. Confunden la confianza con el abuso, la libertad con la intolerancia. Y han llegado al extremo de unir sus respectivas fuerzas para defender el terrorismo.

La miseria moral de estos gobernantes define exhaustivamente la perversión de sus discursos y políticas demagógicos. Juntos o por turnos, ellos están cavando la fosa donde piensan enterrar la democracia. Mientras los pueblos de América Latina se nieguen a distinguir las críticas de las soluciones, las ideas de las ideologías, y el carisma de la capacidad, la miseria del populismo seguirá dominando nuestras decisiones electorales.

11 de marzo de 2008

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