Neoimperialismo a la criolla

Podrá ser "soberana" -según el significado que este término tiene para el oficialismo-, la decisión de comprar equipo militar a Rusia, pero con armas, misiles o submarinos no se resuelven los problemas del pueblo venezolano.

El Gobierno evidencia su carácter militarista cada vez que enfatiza que la revolución está armada, lo cual desdice del supuesto pacifismo que predica. Bien sabemos, después de casi nueve años, que este revoltijo, promocionado como bolivariano y encuadrado en el socialismo, es violento en extremo, y que la verdadera intención de Hugo Chávez no es la de procurar bienestar para los venezolanos, sino la de mantener en estado de guerra permanente a nuestra sociedad, profundizando la honda brecha entre quienes están con su proceso y quienes no lo están. Peor aún es su propósito de enrumbar a la FAN, a los reservistas y a los rojos-rojitos hacia un conflicto armado quién sabe contra quiénes y cuántos.

Si la adquisición de material bélico fuese para renovar el parque nacional con el fin de proteger las fronteras de Venezuela del asedio y el ingreso de las guerrillas y el narcotráfico, se aceptaría. Pero no es esta la finalidad. Tampoco lo es luchar contra el hampa organizada, las bandas de secuestradores, sicarios y ladrones de vehículos, ni siquiera contra las pandillas de delincuentes urbanos.

¿Para qué quiere, entonces, el gobierno nacional ese gran arsenal? Si el mandatario venezolano está pensando en sumar a la agresión verbal un ataque físico contra el gobierno de Estados Unidos, haría el mayor ridículo que imaginarse pueda, porque no cabe duda del poder superior de la fuerza armada norteamericana. En ese caso estaría provocando una guerra literalmente asimétrica, sin que haga falta chamuscarse la sesera para adivinar cuál fuerza perdería. Por otra parte, su ambición de destronar al imperio del Norte para erigirse, personalmente, en el nuevo emperador del mundo -como si algo así pudiese lograrse con sólo desearlo- tendría necesariamente que pasar por una confrontación que exige mucho más que adjetivos soeces y amenazas estériles.

Como quiera que sea, si Hugo Chávez fuese un hombre sensato, civilizado, democrático y con madera de estadista, en vez de comprar armas que destruyen y matan, compraría tecnología para modernizar los equipos de trabajo para faenas como la agricultura, la ganadería y la pesquería. Adquiriría maquinarias y herramientas para impulsar y facilitar la construcción, renovación y mantenimiento de la infraestructura del país, que se nos está cayendo a pedazos. Invertiría en gente capacitada, en ideas innovadoras y en procesos idóneos para el desarrollo de la investigación y la aplicación de métodos avanzados en las ciencias y las artes. En definitiva, se dedicaría a propiciar las mejores condiciones para la defensa y preservación de la vida, así como el mejoramiento del nivel de vida de los venezolanos.

Pero Hugo Chávez no aprecia la vida, sino la muerte; no busca la paz, sino la guerra; no siente amor, sino odio; no quiere a nadie más que a sí mismo. En sus alucinantes desvaríos, Venezuela no constituye el centro de su interés, sino una suerte de cuartel general desde donde planea conquistar y dominar las Américas en su afán neoimperialista a la criolla.

También Adolfo Hitler soñó con ser el Führer de Europa y llegó a creer que el III Reich duraría mil años.

3 de julio de 2007

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