Formar, reformar o deformar

Y digo yo, ¿será que el sol, el calor, las colas, la escasez de azúcar, la buhonería y la inseguridad nos han puesto a todos fuera del tiesto? Venezuela ya no es un país, sino un problema. Ni siquiera hace falta salir de casa para comprobarlo. Los "correos del pueblo" y las "cartas al director" que aparecen en la prensa reflejan el peregrinaje diario de los venezolanos por la calle de la amargura. Serían otras las quejas si fuésemos capaces de cumplir las leyes, pero hace mucho tiempo que en este país la impunidad nos exoneró de los deberes y nuestros derechos fundamentales quedaron en el desamparo.

Si a ello le sumamos la división de la sociedad en tres polos distintos y multiplicamos por 26 millones las opiniones sobre practicarle una liposucción a la Constitución o aplicarle la eutanasia, sólo resta prever que la radicalización del proceso revolucionario se afincará en un objetivo: convertir a las partes en un todo, único y uniforme, homogéneo y pasteurizado, de acuerdo con el proceso artesanal, autóctono y endógeno, de un socialismo criollo que nadie más que su propio promotor (se piensa que) conoce.
La nueva fase del experimento revolucionario aparece, pues, signada por el reformismo. En primer lugar, de la Constitución, hecha a la medida en 1999, pero ahora una camisa de fuerza para el Gobierno. A partir de ahí, el plan es reformar la educación, la economía, la moneda, el concepto de propiedad, la función de los medios de comunicación, la misión de la Iglesia, la divisa de la Fuerza Armada, los objetivos de los partidos políticos, el ámbito de acción de las ONG, la autonomía universitaria, los ingredientes del pabellón criollo, el sabor de la hallaca, el color de la ropa y hasta el complejo neuronal de los venezolanos.

¿No sería más útil y muchísimo menos costoso, informar a los ciudadanos acerca de los beneficios que supone para todos respetar y cumplir las leyes que tenemos, en lugar de formatear tan prematuramente la Lex Mater? ¿No sería mejor formar a nuestros niños, adolescentes y jóvenes en la diversidad de ideas, creencias, costumbres y tradiciones, en lugar de uniformar su pensamiento? ¿No convendría más reformar las cárceles, las escuelas, los hospitales, los cerros y las barriadas que deformar la justicia, los servicios y los bienes públicos?

Reformar significa, entre otras acepciones, reparar, restaurar, suprimir lo perjudicial, enmendar, corregir. Es verdad que la Constitución vigente no es perfecta, pero esta niña, de apenas siete años de edad, lleva sobre sus hombros el peso de 350 artículos que nadie en este país ha conseguido cumplir ni hacer cumplir a cabalidad.

Si lo que Chávez quiere es refundar el Estado, instaurar una utopía y fundir a los venezolanos en la caldera de sus sulfurosos planes con el fin de hacer una producción en serie de venezolanos exactamente iguales e indiferenciados, entonces no le sirven ni la enmienda ni la reforma constitucionales. La primera sólo permite agregar o modificar algunos artículos de la Constitución, la segunda, sustituir algunos artículos por otros, pero en ninguno de estos casos puede modificarse la estructura fundamental de la Constitución.
¿Qué queda, entonces? Enfilar por la ruta de una asamblea constituyente. ¿Recuerdan la de 1999? Más o menos como aquélla, pero roja rojita toda.

18 de diciembre de 2006

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