Sólo los estúpidos no cambian de opinión

Leí de una sentada la entrevista que le hace Alonso Moleiro a Teodoro Petkoff, recogida en un libro cuyo título Sólo los estúpidos no cambian de opinión, está muy lejos de haber sido elegido de modo casual.

Quienes conocen a Teodoro Petkoff, ya sea personalmente o a través de los medios de comunicación por su actividad política, escritos y declaraciones públicas, en fin, quienes en Venezuela y fuera de ella sabemos quién es este animal político por naturaleza y convicción, seguramente tengamos impresiones distintas y encontradas sobre su persona.

De hecho, cuando hace unos meses se hallaba en el tapete su precandidatura para enfrentar a Hugo Chávez en las próximas elecciones del 3 de diciembre, cuando Rosales todavía tanteaba el terreno, explorando la posibilidad de erigirse en el candidato de la unidad opositora, la opinión pública y la opinión del público se dividían en cuanto a la conveniencia o no de que Petkoff fuese el abanderado de dicha unidad. Una de las razones que incitaban a la duda se enfocaba en su pasado.

El pasado de un hombre es siempre su sombra. Y en el caso de Teodoro Petkoff esa sombra parece ya una suerte de marca de fábrica. Teodoro el tirapiedras, el comunista, el activista de izquierda, el guerrillero, el fugado del San Carlos… Sí, él no lo niega. No tiene por qué hacerlo. Pero la sociedad no tiene, tampoco, por qué juzgar a un hombre solamente por su pasado. Si hay algo que caracteriza a los seres humanos es la evolución en cuanto proceso de crecimiento y maduración. Cierto es que algunos se estancan, mientras otros parece que involucionaran.

Teodoro Petkoff, en algún momento de su agitada vida, se detuvo un instante para hacer un balance y percatarse de haber enfilado por la línea equivocada. El error estaba en el dogma. Mejor dicho, en la estrechez del dogma, en su incuestionabilidad. Y Petkoff, por disciplinado que sea, es un cuestionador nato. Lenin tenía razón, pero estaba equivocado.

Teodoro Petkoff advirtió la falla y puso en evidencia las fracturas y costuras de una teoría condenada al fracaso en la praxis. Una cosa es soñar en clave dialéctica y otra realizar el sueño. Pero este reconocimiento no significó un cambio de ideales, sino de herramientas, de estilo y de ruta. Petkoff cambió la hoz y el martillo por el puño y la rosa, la guerrilla por la imprenta, y los caminos verdes por la senda democrática. Tampoco significa que haya adherido el liberalismo y ahora se ubique en la derecha. ¡A quién se le ocurre! El problema es que en este país la gente no cree en la autocrítica y sospecha de las rectificaciones.

Unamuno decía que de humanos es errar, pero de necios es permanecer en el yerro. Hemingway expresó que quien a los veinte años no sea socialista, no tiene corazón, y quien a los cuarenta siga siéndolo, no tiene cerebro. Creo que Teodoro Petkoff se ha elevado por encima de su sombra para demostrar con hechos que sólo los estúpidos no cambian de opinión.

Leer esta entrevista podría contribuir a desmadejar confusiones ideológicas y margaritas trasnochadas que muchos de quienes apuestan por ese disparate denominado "socialismo del siglo XXI" piensan que es la panacea que resolverá los problemas del país. Convendría que recapacitaran. Si persisten en el error, de seguro la Historia no los absolverá.

(Moleiro, Alonso: Sólo los estúpidos no cambian de opinión, Editorial Libros Marcados, Caracas, 2006.)

18 de noviembre de 2006

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