En tren a la ONU

La batalla emprendida por el presidente Hugo Chávez para que Venezuela ocupe un lugar en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en representación de América Latina y el Caribe, ha significado el derroche de millones de dólares -en dinero y en petróleo-, dirigido a comprar los votos de aquellos gobernantes cuya antipatía hacia Estados Unidos constituye la única razón capaz de justificar semejante manirrotismo.

Nunca habíamos tenido necesidad de descender con tanto estrépito a tan bajos y vergonzantes niveles. El jefe del Estado venezolano ha intentado conducir la locomotora del tren antiimperialista desde Caracas hasta Washington como si se tratara del tren Caracas-Tuy, jurando que llevaba en los vagones a todos aquellos gobernantes que aceptaron sus regalos y prometieron viajar con él hasta las Naciones Unidas para desunirlas. El espectáculo que está dando la representación venezolana en la ONU es consecuencia de haber desdeñado la diplomacia profesional, reemplazándola por un par de meros mandaderos.

El nuevo estilo que impregna a la Cancillería venezolana tiene, sin embargo, una explicación: la diplomacia de carrera es incompatible con el autoritarismo de charretera. Y en Venezuela, desafortunadamente, el carácter militarista del Gobierno es uno de los rasgos más acentuados y visibles, de ahí que un subalterno como Arias Cárdenas se exprese en lenguaje castrense cuando declara acerca de "las órdenes" emitidas por su comandante de no retirarse digna y honorablemente, sino de mantenerse "rodilla en tierra", como si la ONU fuese un campo de batalla y los países que votan a favor de Guatemala son soldados enemigos.

Ni siquiera metafóricamente es admisible el sacrificio de las tropas por la terquedad de un general. En este caso, el sacrificio es todo nuestro, del pueblo venezolano, que estamos siendo observados y juzgados a través de Valero, Arias Cárdenas y Chaderton. Ni en una partida de trompo o de perinola seríamos capaces de apostar por un país distinto del nuestro. Sin embargo, en esta ocasión, muchos venezolanos hemos estado ligando el triunfo de Guatemala e incluso de un outsider, pero no por un impulso irracional e imperdonable de traición a la patria. Todo lo contrario, ¡por amor a Venezuela! Y aquí la frase no es de propaganda captabobos, sino absolutamente genuina.

No queremos que el Presidente nos siga ridiculizando ante el mundo entero. No queremos que su imprudente retahíla de insultos e improperios nos siga avergonzando ante las demás naciones. No queremos que en la sede donde se discuten y deciden políticas para la paz y la seguridad internacionales, él intente obstaculizar o romper el consenso para imponer sus mecanismos de combate y enfrentamiento.

Nuestra apuesta por otro país obedece a nuestro respeto por el pluralismo ideológico, por la tolerancia política, por la libertad de expresión, por la paz mundial. Objetivos completamente distintos de aquellos que Chávez se ha propuesto alcanzar, sabiendo ya cuáles son sus verdaderos fines y sus muy cuestionables medios.

La mayoría del pueblo venezolano aspira viajar a la ONU como ciudadanos libres en el tren de la amistad internacional, no en vagones de guerra como soldados destinados a la muerte.

26 de octubre de 2006

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