Migrantes de postguerra y precomunismo

Mi amigo español Emilio me envía una fotografía de El Elvira, abordo del cual llegaron a Venezuela 160 canarios que fueron arrestados en el Puerto de Carúpano por no tener "papeles". Eso ocurrió en 1949. Acompaña la imagen con una breve nota: "El pueblo que no recuerda su historia...". Y me quedo pensando en qué será lo que intenta decirme. Si se refiere a España que, en medio de la actual invasión migratoria, olvida que hasta hace menos de medio siglo dejaba ir a sus hijos en busca de una tierra prometida que estaba en algún lugar de las Américas, o si alude a Venezuela, cuyos hijos empiezan a desplazarse hacia otras latitudes en calidad de emigrantes.

En el siglo XX, Europa quedó devastada por las grandes guerras (1914-1918 y 1939-1945). A España la dejó en ruinas la Guerra Civil (19361939). Venezuela era entonces un país donde todo estaba por hacer. El petróleo fue el hallazgo que cambiaría nuestra historia a partir de los años treinta. Fue, también, el imán que atrajo a muchos europeos con la esperanza de un futuro mejor. Venezuela, como otros muchos países de América Latina, abrió sus puertas a quienes, en su mayoría, harían de ésta su segunda patria y contribuirían a su engrandecimiento. Las estadísticas revelan que en la década de los 50, los principales grupos de migrantes extranjeros en Venezuela eran de españoles (29,3%) e italianos (24,6%). Y durante los siguientes veinticinco años el flujo migratorio europeo, si bien en menor escala, no se detuvo.

El precario equipaje que traían contrastaba con la valiosa dote de sus habilidades para la agricultura, la construcción, el comercio, los oficios y las artes. Españoles, italianos, portugueses, árabes, judíos, sirios, franceses, alemanes, norteamericanos y chinos, entre otros, sabían cultivar la tierra y cosechar en el mar, conocían los secretos del hierro y del cemento, moldeaban la madera, trabajaban el oro y las piedras preciosas, dominaban el hilo y la aguja con esmero, combinaban alimentos en platos suculentos, comerciaban a ritmo de pedal y regateo, ingeniaban mecanismos de producción y desarrollo, investigaban en lo inexplorado, creaban obras de arte con sus manos, reparaban artefactos, cañerías y lámparas, bicicletas y carros, zapatos y trajes.

El desarrollo de su trabajo y la convivencia con los venezolanos significó un aprendizaje recíproco que benefició a unos y a otros, cultural y económicamente. La mayoría de ellos encontró lo que buscaba porque la mayoría de nosotros se mostró solidaria. Quizá por eso sorprenda a muchos venezolanos que ya no son turistas, sino emigrantes la discriminación que existe en algunos países de Europa y Norteamérica hacia quienes ahora abandonan su hogar en busca de mejores oportunidades de trabajo y calidad de vida, o simplemente huyendo de la amenaza neocomunista.

No es fácil para los europeos compartir sus reducidos espacios, sus limitadas ofertas de empleo y sus costosos servicios públicos con los extranjeros, sean legales o ilegales. Pero es difícil para los latinoamericanos entender el rechazo de una sociedad cuyos ciudadanos fueron en otro tiempo bien recibidos en nuestros países.

La historia del mundo es la historia de las migraciones. Esta es la historia que ningún pueblo debe olvidar, porque nunca se sabe cuándo nos toca alzar el vuelo.

17 de septiembre de 2006

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