El rollo de la pobreza

Si viviésemos solos y aislados unos de otros, no seríamos ni ricos ni pobres, pero como vivimos en sociedad, medimos la riqueza o la pobreza con el rasero de la comparación: soy más rico que Fulano, pero soy más pobre que Mengano. Los economistas miden la pobreza con el metro de la cesta básica: si lo que usted gana al mes no le alcanza para hacer un mercado, entonces usted es pobre. La pobreza, además, se retrata en porcentajes: así, se dice que en Venezuela hay un 80% de pobres. Vamos por la autopista y vemos los ranchos desparramados en la montaña, y creemos que ese 80% está metido ahí, entre láminas de zinc y cartón, porque todos los ranchos se parecen, cuando la verdad es que está repartido por todo el país y no todos viven en ranchos. Pero lo que no vemos es qué hay dentro de ese 80%; no sabemos quiénes son esas personas, qué les ha pasado, por qué están en esas condiciones, cuáles son sus dificultades y sus esperanzas, cómo se las arreglan para sobrevivir, qué piensan, qué desean hacer en la vida.

Entonces aparece alguien con un programa de misiones sanitarias, alimentarias y educativas, y le cuenta a todo el mundo que les está curando las enfermedades a los pobres, les está dando de comer y les está enseñando la cartilla. Pero lo que no dice es que les está privando de lo más importante: las condiciones para que los venezolanos retratados en ese 80% se ganen la vida dignamente y dejen de ser pobres.

La primera condición para reducir la pobreza es que se incentive la producción, es decir, facilitar los medios necesarios para que las personas produzcan por su cuenta, generar fuentes de empleo, promover la empresa y el comercio, atraer a los inversionistas nacionales e internacionales, en resumen, mover la economía para que circule el dinero y pueda llegar a las manos de todos. Porque sI hay producción, hay trabajo; si hay trabajo, hay dinero; y si hay dinero, hay con qué hacer el mercado, pagar las cuentas y adquirir bienes. El movimiento económico, bien manejado, reduce la inflación, los monopolios, los controles de cambio, la corrupción y las desigualdades.

La segunda condición es que haya seguridad jurídica: que la ley sea para todos y todos la obedezcamos. Que la Asamblea Nacional elabore leyes buenas y eficientes, que los jue ces sean imparciales, que la justi cia sea justa para los que tienen mucho y para los que tienen poco, y que los ciudadanos, trabajadores, comerciantes y empresarios puedan confiar en que sus problemas judiciales se resolverán de acuerdo con la Ley y no de acuerdo con el juez.

La tercera condición es que haya seguridad para vivir, trabajar, pasear, salir de compras, ir al banco, al parque o a la playa, tener una bicicleta, una moto o un carro, usar reloj, zarcillos o zapatos sin que nos atraquen, se metan en nuestras casas o nos peguen un tiro.

Las condiciones de seguridad personal y seguridad jurídica dependen de la primera: al haber crecimiento económico, los jueces y policías pueden ganar un sueldo digno de sus funciones, esto hace que disminuya la corrupción y se aplique la ley, con lo cual también disminuye la delincuencia.

El rollo de la pobreza no es que los ricos sean cuatro gatos y tengan mucho, sino que los gobiernos no saben gobernar con números, sino con palabras, porque es más fácil hablar que hacer.

7 de junio de 2005

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